La leyenda de Bonnie & Clyde, Bertolt Brecht y Wall Street

23 de mayo de 2005


Bonnie & Clyde

En un museo de la pequeña ciudad de Primm (Nevada), a unos 60 kilómetros al sur de Las Vegas, se encuentra el automóvil Ford en el que murieron Bonnie Parker y Clyde Barrow. La célebre pareja de asaltantes fue emboscada el 23 de mayo de 1934 por cinco policías que los acribillaron a tiros en una zona rural de Louisiana. El museo también exhibe la camisa del pistolero, llena de orificios. Bonnie, una ex camarera de 23 años, recibió 50 balazos; Clyde, de 25, tenía más de veinte impactos.


Así quedó el coche de Bonnie & Clyde

Durante dos años ambos recorren el suroeste de Estados Unidos atracando bancos, gasolinerías y restaurantes, y matan a doce personas, la mayoría policías. En aquella época de crisis económica -derivada del crack de Wall Street en octubre de 1929- Bonnie y Clyde son vistos como una pareja romántica, considerados héroes populares y convertidos en leyenda. En 1967, el director Arthur Penn adapta la historia en una película protagonizada por Faye Dunaway y Warren Beatty. Los asaltantes se transforman en un símbolo de rebeldía contra una sociedad que les negó oportunidades.

Cinco años antes de sus muertes, el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht (1898-1956) estrena en Berlín la obra musical que lo consagra como autor: La ópera de los tres centavos. Se trata de una ácida crítica al sistema capitalista, cuyo título podría haber figurado en el epitafio de Bonnie & Clyde: en uno de los diálogos, un personaje afirma que “más grave que asaltar un banco es fundarlo”. Tiempo después, Brecht escribe en un ensayo: “En los países democráticos no se percibe la naturaleza violenta de la economía, mientras que en los países autoritarios lo que no se percibe es la naturaleza económica de la violencia”.


Bertolt Brecht


PISTOLEROS SIN FRONTERAS

Parker, Barrow y Brecht viven durante la depresión mundial que comienza el “jueves negro” del 4 de octubre de 1929, con la estrepitosa caída de la bolsa en Nueva York, y se prolonga durante los años 30. Tras una década de crecimiento económico y de especulación bursátil, con beneficios rápidos y fáciles, el país va a la quiebra: el desempleo es enorme, los trabajadores deambulan de un estado a otro, hay hambre. Las consecuencias se extienden a una Europa que aún no ha curado las heridas causadas por la Primera Guerra Mundial.

Alemania, la gran derrotada, es la nación que más sufre, víctima del implacable Tratado de Versalles (1919) y con una inflación incontrolable. Durante la débil República de Weimar (1919-1933) se suceden once gobiernos. Los trabajadores no tienen qué comer; la clase media se aterroriza y, como siempre, exige “mano dura”. Todas las mañanas las amas de casa berlinesas van a comprar el pan provistas de su carrito repleto de billetes de cientos de miles de marcos que no valen nada. Esta miserable situación favorece el triunfo de Adolfo Hitler en las elecciones de julio de 1932. Poco después, Alemania va otra vez a la guerra y termina nuevamente derrotada.

Con certeza Bonnie y Clyde no leyeron a Brecht. ¿Habrá leído Saddam Hussein al dramaturgo alemán? En la celda donde sus carceleros del ejército estadounidense lo han fotografiado en calzoncillos y lavando a mano sus camisas, ¿reflexionará el ex hombre fuerte de Irak acerca de la relación entre la guerra y los negocios? Mientras el prisionero sistemáticamente vejado escribe sus memorias, ¿recordará que siempre existe una vinculación entre las invasiones de Estados Unidos, el petróleo, la venta de armas y la expansión del poder económico global concentrado en Wall Street?

En la mayoría de los países, actualmente muchos habitantes atraviesan una situación cercana a la de 1929. Los bancos, en cambio, son cada día más prósperos. Ayer desembarcaron en la disuelta Yugoslavia. Hoy están en Afganistán e Irak junto con las empresas petroleras, los fabricantes de armamento y las compañías gasíferas, aeroespaciales, informáticas, constructoras y eléctricas, ganando dinero en un mundo globalizado que cierra las fronteras a las personas pero las abre para los capitales. A diferencia de Bonnie y Clyde, estos gangsters modernos no asaltan bancos, gasolinerías y restaurantes porque son los dueños de bancos, gasolinerías y restaurantes, además de muchos otros rubros.


Wall Street


DESTRUCCIÓN, INVERSIÓN Y GANANCIAS

En “Claves económicas de la ocupación de Irak”, artículo divulgado el año pasado en la red por Rodrigo Guevara, director de IAR-Noticias, se dan muchos datos en pocas líneas. Por ejemplo: las “cuatro grandes” contratistas del complejo militar-industria (Lockheed Martin, Boeing, Raytheon, General Dynamics) y las “cuatro hermanas” que monopolizan la extracción y comercialización del petróleo a escala mundial (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Royal Dutch Shell y BP), cotizan sus acciones y se capitalizan en Wall Street.

Luego de los aviones que bombardean, los tanques que destruyen y las tropas de ocupación que arrasan llega otro ejército: los lobbistas, consultores y representantes de los bancos y grupos de inversión de Wall Street dispuestos a “invertir” en la reconstrucción de las infraestructuras e instalaciones devastadas.

Detrás de cada cada guerra están los fabricantes de armas que extraen su ganancia del billón de dólares anuales destinados a los presupuestos militares, escribe Guevara. Están las petroleras y gasíferas que explotan y regulan los mercados multimillonarios del petróleo y la energía. Están los megabancos y megagrupos de inversión de Wall Street (Citigroup, Goldaman Sachs y J.P.Morgan-Chase) que embolsan fabulosas sumas “financiando” las “recontrucciones” de los países destruidos por los misiles y las bombas inteligentes.

Y también están las poderosas trasnacionales industriales como Ford o General Motors, o los megaconsorcios de la electrónica y de la informática como IBM o Microsoft, las líderes de la llamada “nueva economía” y de la tecnología de última generación, que suscriben contratos por miles de millones de dólares con el departamento de Defensa de Estados Unidos.

Estados Unidos controla el dólar, la moneda patrón internacional. Posee la Reserva Federal, la bolsa de Nueva York, el complejo militar-industrial más poderoso del mundo y el poder tecnológico-informático más avanzado del planeta, situado en Silicon Valley. Es el verdadero poder detrás del trono en la ONU, el FMI, el BID y el Banco Mundial.

Por eso a muchos hombres de negocios se les hace agua la boca pensando en una Cuba sin Fidel Castro y en una Venezuela sin Hugo Chávez. No es una “ópera de tres centavos”: son intrigas de miles de millones de dólares. Y lo más triste de todo: quizá algún día se muestren en un museo los calzoncillos de Saddam Hussein, pero ninguno exhibirá nunca la camisa de alguno de estos hombres de negocios con 50 orificios de bala.



Roberto Bardini (rebelion.org)



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